La Columna

EN TERRITORIO

  • Por Editora M
EN TERRITORIO

A un mes de haber arrancado las campañas para jueces y magistrados, lo que ha quedado claro es que estamos frente a un proceso atípico. Los aspirantes, en su mayoría, no son políticos de carrera, sino abogados, litigantes y jueces que han vivido entre expedientes, audiencias y salas de juicio, no entre mítines, encuestas o maquinaria electoral. Este escenario plantea preguntas profundas sobre el perfil que queremos en los órganos de justicia. Es decir, si queremos una figura técnica y ética o alguien que domine las artes del poder y el discurso público, del que realmente muchos de los candidatos carecen. Un ejemplo de esta dinámica se vio el fin de semana, cuando Julio César Lastra Flores, juez en materia familiar y hoy candidato, organizó una taquiza en una terraza con alberca en el suroeste de la ciudad. Entre amigos y conocidos, Lastra habló de su experiencia en la judicatura, desmarcarse de vínculos políticos incómodos, como el supuesto parentesco con la ex diputada petista Claudia Lastra, y posicionarse como una figura seria frente a la bola de candidatos que compiten por el mismo cargo. No fue un acto de masas ni de grandes promesas, sino un evento a ras de tierra, casi de pasillo donde el discurso de Lastra dejó entrever un fenómeno interesante, que es el desprecio soterrado de muchos candidatos-jueces hacia los abogados postulantes. Desde su óptica, los jueces de carrera tienen una autoridad moral y técnica sobre quienes apenas saben argumentar en las salas de audiencia. Es una postura comprensible, pero peligrosa si no se modula, puesto que la elección de jueces y magistrados no solo exige conocimientos técnicos, sino sensibilidad política, ética pública y capacidad de autocrítica, cualidades que difícilmente brotan solo del ejercicio jurisdiccional. Lo que tampoco puede pasar desapercibido es la denuncia velada de Lastra sobre la corrupción en el sistema judicial ya que, sin pelos en la lengua, advierte que cambiar las figuras podría cambiar también las prácticas viciadas. Es interesante el discurso que presume al cuestionar si basta con ser nuevo o  experto para garantizar limpieza en los procesos judiciales, o se necesita una transformación más profunda, que no depende solo de quienes se eligen, sino también de quienes los rodean, los vigilan y los regulan. Así, el primer mes de campañas nos deja claro que los candidatos juegan en un terreno ambiguo: son técnicos que deben aprender a ser políticos, son parte de un sistema que denuncian, y buscan legitimidad no con mítines ni discursos de plaza, sino en reuniones de amigos y promesas de ética. Falta ver si este modelo logra conectar con un electorado que, aunque escéptico, sigue esperando que algún día la justicia no dependa del compadrazgo, sino del mérito la integridad y hasta la sensibilidad.